Opinión: De la semilla del mal (y la socialización del odio)

 Por Carmen Serrano. Líder de UPYD País Vasco

Este 29 de agosto el virus del odio y la intolerancia vuelve a apoderarse de las calles y los espacios públicos en Alsasua. Un año más, y ya van demasiados, el grito “alde hemendik” vuelve a retumbar en la voz de los fieles servidores de aquellos que durante más de cincuenta años, valiéndose del tiro en la nuca y la bomba lapa, trataron de imponer su proyecto político nacionalista totalitario en el que sólo tenían cabida unos pocos, los suyos, imperio de terror y persecución en el que un puñado de valientes plantaron cara en defensa de la libertad de todos los demás (con frecuencia a costa de su propia vida). Y como puntal de la garantía de nuestros derechos y libertades, de nuestro sistema democrático, durante aquellos oscuros años del plomo, encontramos una de las instituciones mejor valoradas por la sociedad: la Guardia Civil.

Durante los más de cincuenta años de terror de ETA, la Guardia Civil fue objetivo prioritario de los terroristas nacionalistas. Demasiadas víctimas mortales y heridas. Hoy en día siguen siendo objetivo del odio y acoso de los mismos de entonces. En el fondo, antes de expandir la socialización del sufrimiento entre sus víctimas, ETA ya obtuvo un gran éxito en la socialización del odio tanto entre los verdugos, como entre esa parte de la sociedad nacionalista inoculada por el virus del mal, apoyo social sin el que no sería posible entender la vida tan longeva de la organización terrorista. Niños que aprendían a odiar antes de perder los dientes de leche, y que eran educados en el culto al terrorista. Jóvenes militantes que ejecutaban con precisión campañas de acoso y persecución contra todo aquel señalado como enemigo de la causa, en una guerra que nunca fue tal. Jaurías humanas que señalaban, perseguían, acosaban, amenazaban, violentaban a los agentes de la Guardia Civil y a sus familias, a quienes pretendían expulsar de aquella su patria vasca. Campañas de ospa eguna y alde hemendik que ya reivindicaba ETA, y hoy repiten sus fieles, y que no dejan de ser manifestaciones de aquel mismo odio, intolerancia y acoso contra los hombres y mujeres de la Benemérita, y por extensión sus familias. ¿Puede haber algo más totalitario que negar los derechos y libertades al diferente? ¿Cómo se puede construir la convivencia fundamentada en la expulsión del otro? ¿Cómo puede tolerarse convertir en reivindicación festiva lo que no deja de ser una manifestación de odio e intolerancia?

Porque nunca fueron gudaris, son verdugos. Nunca fueron presos políticos, son terroristas. Nunca fue una pelea de bar, fue una agresión con agravante de odio. Nunca representaron al pueblo vasco, son esa parte de la sociedad enferma inoculada por el virus del mal, que odia (igual que ETA), que acosa (igual que ETA), que amenaza (igual que ETA), que busca silenciar y expulsar al otro (como ETA), que legitima la violencia política (como ETA), que agrede (como ETA), que puede volver a asesinar (como ETA). 

Sin embargo, tan peligrosa como el virus del odio y la intolerancia, es la enfermedad de la indiferencia y la equidistancia. En esencia, la pregunta a hacerse no es qué van a hacer ellos, los que odian y legitiman la violencia para excluir y silenciar el otro, sino qué vamos a hacer nosotros. Frente a la violencia no cabe la tolerancia, la permisividad ni la equidistancia. Silencios y relativismos que nos convierten en colaboradores necesarios, cuando no en cómplices, del sufrimiento injusto de hombres y mujeres, y que no pueden tener cabida en una sociedad democrática. 

¿Es necesario recordar que la libertad de expresión nunca puede amparar la libertad de agresión? El antisemitismo no es libertad de expresión. La homofobia no es libertad de expresión. El racismo no es libertad de expresión. Y el Ospa Eguna o Alde hemendik tampoco es libertad de expresión. Todas ellas son manifestaciones de una misma enfermedad que se expande mediante el virus del odio y la intolerancia, que ataca la dignidad de todo ser humano, y que debe ser política y socialmente condenada y rechazada. 

La deslegitimación del terrorismo sólo puede venir de la derrota política, social y ética de ETA y su proyecto político, y de la defensa de la memoria y la dignidad de las víctimas del terrorismo. No podemos permitir que quienes han soportado durante demasiados años el azote del odio terrorista sigan siendo humillados, injuriados, acosados, obligados a vivir soportando la impunidad de su verdugo sufriendo en soledad, una vez más, el miedo y desamparo.

Hoy, víspera del aquelarre el odio en Alsausa, me carcome la impotencia ante la pasividad de quienes, debiendo actuar, se limitan a ser espectadores pasivos, condenándonos a repetir los mismos errores del pasado. Por ello, a las mujeres y hombres de la Guardia Civil, y a vuestras familias, víctimas nuevamente del olvido y ña cobardía institucional, como ciudadana vasca y española, os traslado mi cariño, respeto, reconocimiento y eterno agradecimiento. A pesar del silencio institucional, a pesar de las voces de aquellos que pudieron haber hecho algo más cuando tuvieron oportunidad de ello, sentir que no estáis solos. Ellos, los que odian, son el virus. Nuestra voz, condenando y rechazando su odio, la vacuna. 

 

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